lunes, 14 de marzo de 2011

Desvio provisional



En un futuro se imaginaba al volante de vehículos grandes y pesados.
A los 18 se había iniciado en las cuatro ruedas.
Ya a los 13 y de forma clandestina conducía su recién estrenada moto.
Fue en la adolescencia cuando también tomó los controles de su propia vida.
Esquivó los obstáculos que se encontró en el trayecto, aprovechó el impulso del viento a favor.
No fue fácil, aunque ningún aprendizaje lo es.

Confiaba en sus posibilidades, había perdido el miedo a enfrentarse a cualquier timón.
Disfrutaba del camino cuando conocía el destino y de la incertidumbre de dejarse llevar cuando no sabía a donde dirigirse.
Disfrutaba de la conducción como sinónimo de libertad, de control.

Ayer, con las mismas ganas de llegar y la meta dibujándose cada vez más próxima, le falló el motor.

Hoy, con dificultad pero todavía en circulación, el camino se desmoronó.

Estaba preparada para asumir sus fallos pero no para que fallase la situación.

viernes, 4 de marzo de 2011

El doloroso arte de matarse por dentro


Comprobó una vez más que la calefacción seguía en 23.
Volvió a su habitación y se dejó caer sobre la alfombra, sin fuerzas para nada más que para dejar que su mirada se perdiese en el espejo, entre su reflejo. Al otro lado, lo que nunca había querido ser. Un mundo que no era el suyo…
Cerró los ojos.
Sacó de uno de sus bolsillos el gloss de Max Factor, regalo de su último cumpleaños, y lo lanzó con todas sus fuerzas, con rabia hacia el origen de todo ese odio, hacia la figura que mostraba una realidad ficticia, hacía ese cristal que reflejaba su vida.
Sin inmutarse observó como su mundo se convertía en un imposible y cortante puzzle de mil y una piezas.
Cayó desplomada sobre la alfombra.
Abrió los ojos para asegurarse de que todo seguía como hacía un segundo.
Sacó de otro de sus bolsillos el móvil. Comprobó que no había ninguna llamada, ningún mensaje. Aprovechó para releer los antiguos.
Echaba de menos esos momentos en los que para recibir un mensaje tienes que borrar otro, la saturación en la bandeja de entrada.
Había dejado de cargar con el peso del resto del mundo. Ahora era el momento de tener preocupaciones propias, ilusiones, vida propia.
Todos se habían alejado, algunos poco a poco, otros ni eso…
Con Anna todo era distinto, desde que había irrumpido en su vida había estado presente en cada instante. Habían cambiado tantas cosas…
Se reía cuando le repetían que era el camino fácil. Se reía, se reía sin ganas.
No definía como fácil estar resquebrajando a su familia por la incomprensión, no aceptaba como fácil que sus amigos rehuyesen de ella.
Incluso su novio, el que la había colmado de promesas, había pronunciado parasiempres con fecha de caducidad
Tampoco veía necesario conservarlos sino respetaban sus decisiones.

Seguía desplomada sobre la alfombra con la calefacción a 23.La misma sensación de frío devorándole las entrañas.
Transcurrieron algunos minutos hasta que logró acercarse de nuevo a esa asfixiante fuente de calor. Le quemó los labios para introducirse por la garganta, le abrasó el estómago el calor de su abrazo.

Anna se mantuvo a su lado, en el último año cada vez estaba más presente. Le recordó que debía sacar el resto de comida que escondía en la habitación y bajarla con el resto de basura. El habitáculo se estaba impregnando de un peculiar olor a putrefacto y pronto se levantarían sospechas.

ERROR

Tercer intento.

Introduzca clave:
5643

Pulsó confirmar con la intensidad de unos dedos de hormigón.

Ese numero y él habían formado equipo desde su adolescencia.
Era el numero PIN de su primer teléfono móvil, que más tarde se habría convertido en la del segundo, la del tercero,..así hasta llegar al de última generación que guardaba con mimo en su bolsillo, con gps, tresge,blutuz y muchas otras palabras en inglés que no entendía del todo bien.
Había sido el número secreto de su primera tarjeta de crédito, la contraseña de sus cuentas de correo electrónico y el código de su tarjeta universitaria...
Ahora, se encontraba frente a esa pequeña pantallita que le ordenaba que esperase.
Cuestionaba su pasado y su memoria.
No era solo el hecho de impedirle comprar una decena de artículos de segunda necesidad con la única delicadeza de un mensaje de ERROR esbozado por la máquina.
Era suscitarle la desconfianza en la realidad que conocía, en los recuerdos.