jueves, 12 de agosto de 2010

Recuperando viejas costumbres...el caparazón

Había llegado el momento de decir adiós o al menos hasta "pronto".
Se marchaba con la maleta llena y las entrañas vacías.
Realmente le costaba asimilar ese quiero y no puedo.
Alexandra había encontrado en el propietarios de la "grande de España" algo más que un recuerdo amargo del pasado.
Él, a su vez, había redescubierto lo frágil que era su envoltorio de chica de gama superior cuando caía en manos de un experto en desnudar almas.
Ella vomitaba las mariposas que antaño tanto había perseguido, el ocultaba sus temblores de nivel 3 en la escala de Richter tras una hiperactividad inexistente.
Durante este tiempo habían robado algunas medias horas más de las establecidas por convenio a la empresa, perdían el tiempo en volverse a conocer, en replantearse lo planteado, en soñar lo terminado, en esquivar lo vivido.
Estos instantes eran solo el café de media jornada de cara a la galeria.
Una rutina sin más visceralidad.
Aunque los dos sabían que la salida de escena de Alexandra supondría la bifurcación de sus caminos.
A pesar de que ella no quería, a pesar de que él se negaba.
Tenían otras opciones, segundas oportunidades aun sin agotar, un mañana de dos a medio redactar...
Tenían física, química y casi memorizado el temario de anatomía.
Solo carecían de lo fundamental: valor.
Alexandra emprendía una nueva aventura laboral en Paris, exquisitamente próxima para los turistas, infinitamente distante para el amor.(Seguiría estando en uso ese concepto o ya lo habrían declarado obsoleto?Amor...)
La noche antes de marcharse digamos que no fue excesivamente extricta con las pautas de sueño, digamos que no pego ojo...
El nerviosismo, la incertidumbre de llegar a un lugar nuevo, enfrentarte a trabajar en un idioma que desconoces, asumir la profunda soledad de las primeras semanas... Lo habitual en una situación similar.
O casi. A los factores causantes del insomnio podríamos añadir la tristeza de no volver a verle, de obligarse a olvidar su sonrisa, de extibguir los buenos recuerdos; la impotencia de saber que como dice el bolero "si ella dice ven, él lo dejará todo". Y aún asi, se propuso, entre lágrimas, permanecer en silencio.
Incluso dejando que volase su imaginación se intuyó comprando un billete de avión con dirección a Paris, incluso se imaginó también entregándoselo en la última parada para el cafe de la mañana.
Evidentemente, la imaginación se cansó de volar y pasó a estar de guardia un órgano mucho más sensato.
Esa mañana, la última, llego tarde a trabajar, desaliñado y con aspecto de haber pasado una noche igual de idílica que la de Alexandra o incluso mejor. Se disculpó por haberse retrasado dado que era su último instante eterno de café y buena compañia.
Esa mañana, la última, él le contó que había pasado la noche desvelado, que tenía una extraña intuición. Su presentimiento le llevaba a esperar hoy algún tipo de sorpresa en las manos de aquella mujer, tal vez con sorpresa quisiera decir "me.esperaba.que.esta.vez.fueses.tu.la.primera.en.dar.el.paso", ya sabeis lo complicada que es en ocasiones, pocas, la mente masculina.
Entre risas le explicó que dentro de su fantasía se había imaginado que se quedaría o incluso mejor, que le regalaría un billete de avión invitándolo a ir con ella a Paris.
Alexandra se rió con el, quedandose a las puertas del querer y no poder.
Él de la "grande de España" se quedó con el titulo pero sin segunda oportunidad.
Ambos querían, ambos podían.
Pero yo que se, que se yo, incoherencias del amor.