martes, 14 de septiembre de 2010

Noches demasiado cortas que terminan al amanecer

La noche le proporcionaba vida. Le mostraba la otra cara de la moneda, las pausas intercubateo eran un sinfín de historias para recordar y alguna para no dormir.
La marcha militar de civiles conocidos y por conocer era considerablemente más numerosa en verano.

Creo recordar que fue uno de esos días.

Alexandra acompañaba a una amiga y experta cazadora apodada Renault, algún día explicaré el porqué y le regalaré todas las entradas de este blog de las que es merecedora.

En escasos minutos logró localizar a su presa, estudiar su medio, explorar su entorno y atacar.Efectivamente y contra todo pronóstico, él se dejo cazar, 100% de efectividad.

En la otra mitad de la pantalla, Alexandra y él amigo de la presa de su amiga.Tan surrealista que podía ser el guión de una peli de Almodovar.
Para abreviar y porque esa ha sido su esencia desde entonces hasta hoy, él será el soldadito marinero.

El meticuloso análisis que Renault le estaba haciendo a su presa auguraba largas horas de espera.

Alexandra estaba agradeciendo que aquel soldadito marinero no fuese un fantasma poligonero. Los amigos de ambos quedaron a un lado y las conversaciones se centraron en ellos. La espera llegó antes de lo esperado, la despedida los pilló sonriendo.
Después de esa noche hubo muchas otras en las que se encontraron en el mismo velero. Hubo muchas otras en las que cogieron billete para el mismo naufragio.

Él sabía que ella era distinta a las demás. Ella sabía lo que había detrás del uniforme.

Pocas eran las posibilidades de encuentro y excesivo el estado de embriaguez de ambos en esas ocasiones.Alexandra sabía que muchas de las conversaciones eran estúpidas y besuguiles, pero los abrazos eran reales.

El soldadito marinero había conseguido, casi sin hacer ruido, hacerse un hueco en su memoria, en su recuerdo, a pesar de que era enormemente despistada.

El destino le había jugado una mala pasada, castigándolo tres partidas sin jugar, como si fuese culpable de caer en la cárcel del juego de la oca.

Ahora, recordando, analizando, Alexandra comprendió que nunca había querido ser la sirena de ese soldadito marinero, pero tampoco hubiese estado a la altura. Prefirió quedarse en un espacio intermedio, entre el colegeo y la amistad, en una realidad paralela entendible a ojos de pocos y en ocasiones, incomprensible para ellos mismos.

¿Realmente era tan importante la denominación, catalogarse en un espacio o en otro para que los demás te puedan identificae?
Ella creía que no, creía que él tambien lo sabía. Lo único imprescindible para ella con lo "desconocido" es su coraza, nunca le había dicho que la sonrisa con la que le había dicho adiós será la misma con la que, después de un descanso en la partida, le dirá: Bienvenido :) .
Nunca se lo había dicho, creía que él tambien lo sabía.

sábado, 4 de septiembre de 2010

El alma gemela y otros cuentos chinos

No sabía exactamente como había llegado aquel cuento chino al occidente más incrédulo, pero era innegable que una vez la epidemia se había extendido, era imparable.
La búsqueda cada vez era más ansiosa, más exigente, más desesperanzadora.
En un café de sobremesa en el que se trataban los asuntos del día con la misma seriedad que en una cumbre del G-8, Lucía sentenciaba de modo repetitivo:

- Podría ser, podría ser real, pero no dejaría de ser una putada. Saber que existe, que en alguna calle de alguna ciudad hay una persona que te complementa, un alma gemela, es la tortura del anhelo. Es el querer y no poder. Es una búsqueda con posibilidad de recompensa, con posibilidad de decepción. ¿Sabríais decirme cual es mayor?

La verdad es que ambas no se habían privado de buscar almas y cuerpos, gemelos o mellizos...

Esa noche no iba a ser distinta a pesar de que el ánimo de Alexandra no estaba en su momento de máximo apogeo. Buscó en su agenda el nombre apropiado y lo encontró en la P.
Pablo era mayor que ella, atractivo, agradable, un canalla de los que sabían regalarte el oído, justo lo que necesitaba.
Quedaron en su casa, un apartamento con decoración minimalista en la zona sur de la ciudad.
De camino, Alexandra aprovechaba cada semáforo, cada stop, para revisar su aspecto en el espejo retrovisor. No se sentía demasiado atractiva sin embargo, siempre se había mostrado segura de si misma, confiada en sus posibilidades.
Al llegar, le esperaba una copa de vino y un hombre que revisaba cada milímetro de su anatomía con una mirada curiosa, impaciente.
En la segunda copa la mano de Pablo se deslizaba con seguridad por sus hombros.
Solo hicieron falta un par de halagos y una copa más para que él la arrastrase a la chaise longue.
La mañana siguiente había sido increíblemente lúcida, la ausencia de resaca estaba siendo muy productiva.
¿Que tortura era mayor? ¿La de saber que hay alguien para ti que probablemente no encuentres jamás o la negación de su existencia que provocaría que nos conformásemos con cualquier capullo, sin esperar a la flor? No sabía si Lucía tenía razón pero ella lo tenía claro, mientras busca a su media naranja, va comiendo mandarinas.