miércoles, 23 de junio de 2010

Malas compañias

El propietario de la "Grande de España" había convertido a Alexandra en su confidente, ella a su vez lo había considerado una excelente motivación para desplazarse a aquel reino del caos, que era su trabajo.
Él, con una vida proxima a lo marital, le narraba su astío,la hacía participe de sus desventuras con la rutina, la miraba con ojos infieles.
Ella, casada con su libertad mediante un contrato de por vida, solo sonreía.
Antonio era su jefe, apodado el caudillo no precisamente por su don de gentes. Antonio también coqueteaba con ella, en un intento sutil pero desesperado de volver a llamar la atención de alguien que le devolviese su prehistórica juventud.
Sin embargo, este día a día tenía un punto gracioso a la vez que insoportable.
A diario el subconsciente, con el sub en minúsculas,provocaba que ella y él decidiesen revisar el cuarto de contadores a la misma hora que el otro.
El encontronazo daba lugar a un cigarrillo, o dos, y a intercambiar algo más que tres impresiones.
Día a día se forjo una rutina sin pacto explícito. Una rutina de la que él disfrutaba.
Esta tarde entre pitillos, caudillos y miradas que atraviesan hasta el orgasmo, él decidio invitar a Alexandra a una cerveza a la salida. La implícita postdata de su invitación sugería discreción y aseguraba un productivo acercamiento.
Él buscaba un si.
Ella respondió:-Mañana.
Cuando volvieron a incorporarse a su puesto de trabajo, ella pidió cita para depilarse.