lunes, 10 de enero de 2011

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Pisoteame una vez más,
arrastrame por el suelo hasta que la humillación sea mayor.
Ignórame, calumniame,
intenta que quede a la altura del betún.
Haz descender mi moral hasta el subsuelo,
destruye mi mundo alegando que es artificial.
Taládrame el hipotálamo, el hipocampo,
haz de mis deshechos tu alimento...
Rompe mi coraza para arrancarme el alma,
hazlo y hazlo bien,
por que tal vez no sea hoy
ni tampoco mañana
cuando renazca,
quizá tarde en sacudirme el polvo de las rodillas
pero cuando lo haga,
seré invencible

sábado, 8 de enero de 2011

Los últimos románticos...

El romanticismo.

Sin florituras ya sonaba repetitivo, azucarado, zalamero, indigesto.
La interpretación por supuesto, era totalmente libre.
¿Las preguntas? Demasiadas para numerarlas, ella era más de letras.
Un par de ejemplos : ¿Que se ocultaba detrás del leit motiv que no pasaba de moda en el arte? ¿Que factores decantabann la balanza determinando si serías o no un romantico?
¿El romanticismo va irremediablemente ligado a una rígida imposición de roles patriarcales o la útopía del romanticismo igualitario es cada día ligeramente más real?

Ella se enamoró del romanticismo, como la mayoría, con la factoría Disney.
Por aquel entonces ignoraba conceptos como el sexismo, los estereotipos o la feminidad pasiva. Únicamente podía percibir la fuerza y la lucha por la pasión, la complementación, el "vivieron felices y comieron perdices". Quizá esto último era lo que más le remarcaban a ella y a todas las cenicientas de apenas 6 años: el amor romantico como vía de escape a una vida gris y frustrante, como único sendero a la felicidad personal. El rescate de un hombre.

Ella, como muchos otros también, había retroalimentado esto. De vez resacosa de domingo lluvioso en cuando, se escondía bajo aquella hortera manta llena de circulos de colores, escondía en ella hasta las ojeras y aprovechando, las lágrimas que surgirían y de hecho surgían después. Cogía todo lo comestible que estuviese al alcance de su mano, una cantidad abusiva de H20 y se inyectaba por vena una comedia romántica americana.
En esas dos horas de compulsión en el comer, en el fumar y en el llorar, olvidaba la existencia del guión, la escenografía o la dirección y se adentraba en la historia.
De cuando en vez o de vez el subconsciente le jugaba una mala pasada preguntándole cuando interpretaría ella el papel protagonista. Quizá se había acostumbrado a ser un mero extra en el reparto del saturday night.

Un quince de mucho calor y ni gota de alcohol, llegó. Sin previa audición, él decidió que escribirían y protagonizarían su propia historia.
Alexandra descubrió que el mundo de las rosas, las notas románticas al despertarse, el desayuno o las cartas que te hacen llorar al deshidratarte hasta el alma, era tan adictivo como pensaba.
Durante años sintió que lo que había aprendido en con la Bella Durmiente y Cia, lo que estaba viviendo, debía transmitirlo, hacerle entender a aquellos que se resistían a su encanto, que no se arrepentiría.

Su sonrisa era permanente y sus ojos siempre ambiciosos miraban más allá del cielo, buscándolo a través del tiempo y la distancia.

Su sonrisa era permanente hasta que dejó de serlo.

Fue feliz y comió perdices hasta que se extinguieron. Llegó el momento de variar el menú diario y como plato único llegaron los celos. En alguna ocasión se ganó el postre aunque la variedad no era demasiada: Podía escoger entre posesión, machismo, imposiciones o sacrificar tus oportunidades por los "dos".

Puede que el problema sea precisamente ese; los films, los libros, los guiones tienen una duración determinada, no se retoma la historia un chupito de desventuras después. Nos cuentan su final, pero no sabemos el continuará. Como Diría el Chojin, quien me iba a decir que sería así el final del cuento de hadas.

Poco después,por un motivo que algún día será contado, Alexandra aprendió a absorver la esencia de los de su entorno. Eso la llevo a atenuar una de las principales características de su caracter: la radicalidad.

Comenzó a replantearse aquello de lo que había renegado algún tiempo atrás. Uno se esos aquellos era el romanticismo.

Algún futuro empresario y varias noches de confusión y vodkas le enseñaron que había muchos tipos de romanticismos, muchos que se habían sumado a la moda de ese tipo de conquista o otro que habían interpretado ese movimiento cultural de finales del XVIII como si continuasemos estancados en ese siglo.

Su Love actually particular ha sufrido un cambio de 180 grados. Hoy romanticismo es sonreir cuando su gato serpentea entre sus piernas para recibirla cuando llega a casa; romanticismo es levantarse alguna hora antes para ir a trabajar y fotografiar bajo la helada las telarañas que se resisten a abandonar su rincón de la ciudad, romanticismo es encontrar a un principe que de lo único que quiere salvarte es del bullicio de ese local para poder mirarte a los ojos y llevarte al orgasmo con un beso con más duración de la estipulada.

miércoles, 5 de enero de 2011

Esperando peras del olmo

Fina llovizna.
Cigarro en la calle, rozando la hipotermia por cortesía de la nueva ley antitabaco.
Vomitaba inconsciencia y restos de wisky con red bull.
No había llamado y no lo haría.
Una vez más había sufrido pánico escénico.
El final del año anterior se había solapado al comienzo del nuevo.
Ocho años eran los que la separaban de aquella impulsividad inocente, de aquella rebeldía inconformista, de la lucha contra el mundo y todo aquello que no se correspondía con sus ideales.
Ocho eran los años que separaban su último abrazo sincero.
Tan inesperado como seguro habia resurgido de sus cenizas, que nunca se habían consumido del todo.
Tan rotundo como sincero había vaciado sus entrañas sobre Alexandra. Ella solo pudo reaccionar citándolo la última noche del año.
En la soledad del asiento de atrás de un C5, las lágrimas le inundaron el alma y se creyó tan frágil que a medida que el taxi sufría el pésimo asfalto de la N-120, ella se resquebrajaba.
El taxista contemplaba absorto la circulación, mientras balbuceaba algo sobre la escasa exigencia para sacarse el permiso de conducir.
72 horas fueron las que necesitó para prepararse para el gran encuentro, caña arriba, caña abajo..Los centímetros adecuados de escote, exhuberante o natural, elegante y clásica o sexy y resultona. Decenas de planteamientos que sobraban ante él, que tantas veces había recorrido su anatomía, que había explorado lo inexplorable.
La luz asomaba entre la furia de las nubes, amainaba la llovizna y se clarificaban las ideas.
No sabía si era demasiado tarde y no quería arriesgarse a preguntarlo.
Ni siquiera sabía si era demasiado pronto para que las heridas dejasen de sangran.
El tren que ella misma había construido, la oportunidad que se había ganado era tan soñada como aparentemente irreal.
Tuvo miedo pero no quiso correr.
Esperó inmóvil a que el cigarro se consumiese y los recuerdos también.
Esperó que el maquinista pasivo, el personaje secundario pasase a la acción.
Y se cansó de esperar a que jugase él, cuando el turno le pertenecía a ella.