sábado, 4 de septiembre de 2010

El alma gemela y otros cuentos chinos

No sabía exactamente como había llegado aquel cuento chino al occidente más incrédulo, pero era innegable que una vez la epidemia se había extendido, era imparable.
La búsqueda cada vez era más ansiosa, más exigente, más desesperanzadora.
En un café de sobremesa en el que se trataban los asuntos del día con la misma seriedad que en una cumbre del G-8, Lucía sentenciaba de modo repetitivo:

- Podría ser, podría ser real, pero no dejaría de ser una putada. Saber que existe, que en alguna calle de alguna ciudad hay una persona que te complementa, un alma gemela, es la tortura del anhelo. Es el querer y no poder. Es una búsqueda con posibilidad de recompensa, con posibilidad de decepción. ¿Sabríais decirme cual es mayor?

La verdad es que ambas no se habían privado de buscar almas y cuerpos, gemelos o mellizos...

Esa noche no iba a ser distinta a pesar de que el ánimo de Alexandra no estaba en su momento de máximo apogeo. Buscó en su agenda el nombre apropiado y lo encontró en la P.
Pablo era mayor que ella, atractivo, agradable, un canalla de los que sabían regalarte el oído, justo lo que necesitaba.
Quedaron en su casa, un apartamento con decoración minimalista en la zona sur de la ciudad.
De camino, Alexandra aprovechaba cada semáforo, cada stop, para revisar su aspecto en el espejo retrovisor. No se sentía demasiado atractiva sin embargo, siempre se había mostrado segura de si misma, confiada en sus posibilidades.
Al llegar, le esperaba una copa de vino y un hombre que revisaba cada milímetro de su anatomía con una mirada curiosa, impaciente.
En la segunda copa la mano de Pablo se deslizaba con seguridad por sus hombros.
Solo hicieron falta un par de halagos y una copa más para que él la arrastrase a la chaise longue.
La mañana siguiente había sido increíblemente lúcida, la ausencia de resaca estaba siendo muy productiva.
¿Que tortura era mayor? ¿La de saber que hay alguien para ti que probablemente no encuentres jamás o la negación de su existencia que provocaría que nos conformásemos con cualquier capullo, sin esperar a la flor? No sabía si Lucía tenía razón pero ella lo tenía claro, mientras busca a su media naranja, va comiendo mandarinas.

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